LOS MOSQUETEROS

Cuanta gente había ido a despedirlo, no le sorprendía, él sabía que esta despedida sería más multitudinaria qué la que le hicieron en el otro pueblo, aquel en que por obligación había residido los últimos años de su vida.

En aquella primera despedida, en aquel pueblo, sólo su mujer, sus hijos, algunos sobrinos, sus dos hermanas y sus tres hermanos le habían acompañado.

Ángel, Benjamín y Lolo, sus hermanos, sus mosqueteros, no le fallaron en aquella primera despedida.

Unos meses después de aquel día, entre la multitud de cara conocidas, las de ellos tres, sus mosqueteros, destacaban sobre todas las demás.

Un mes atrás, cuando acudieron a la despedida en aquel pueblo lejano al nuestro, sus caras reflejaban el cansancio, la pesadez del largo viaje y sobre todo la profunda tristeza que mi partida dejó en ellos. Viéndolos de nuevo en aquel lugar, en nuestra tierra, la tristeza seguía atenazando en sus miradas de ojos claros, aunque algo más sosegada. La compañía de amigos y conocidos, pero sobre todo la de todos nuestros niños, los descendientes de los cuatro mosqueteros, como los amigos y conocidos nos llamaban desde la juventud, eran la causa de que el dolor de mis hermanos por mi marcha estuviera más atenuado.

La diferencia de edad entre nosotros nunca fue un problema para estar unidos, éramos hermanos, amigos y compañeros, como mi padre nos había inculcado desde chicos, nos ayudábamos, nos consultábamos y protegíamos como una piña.

Aunque intentaba despedirme de todos y cada uno de los que allí se habían congregado para homenajear mi memoria, mis ojos y mi cabeza volvían una y otra vez a mis mosqueteros.

Antes de abandonar definitivamente aquel lugar, abracé a cada uno de ellos una última vez, para que supieran que permanecería en ellos el tiempo que les quedara de vida.

Imagen de las redes

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